Crecí muy pronto, crecí atravesando calles, corriendo, huyendo con un cuaderno en mano, escribiendo y sintiendo por dentro, esperando una buseta en la madrugada para el colegio, para la casa, para una heladería o para donde fuera.
No viví en la calle, pero pasé días enteros en ella. Tuve una casa, un espacio habitado que se sentía vacío, triste, solo. Estuve rodeada de ceniceros sucios, de drogas consumidas que poseían personas. Se escuchaban canciones ruidosas, grotescas cargadas de orgullo, insultos, ira y crueldad. Crecí con monstruos que aterraban, que esperaban los momentos de sueño para desenmascarar, crecí con golpes y cuchillos en la puerta, con periódicos diarios y opiniones constantes, con historias ya escritas, con piedras ya puestas, marcas en los brazos y caídas en las aceras. Estuve envuelta en cortes de sueños constantes, en desmeritaciones y maldiciones manchadas de tinta. Aguanté diagnósticos desacertados, golpes en las costillas, apariencias y disfraces de ayuda que solo eran mentira... Crecí en casa pero tuve que hacer lo que tenía a mi alcance para no estar dentro.
Me encerraba en el baño y en descuidos escapaba, me quedaba en los parques, lloraba, dejaba que la sangre escapará y escribía. Escribía hundida en el fango porque aunque corriera no podía huir de mi, del caos que me enfermaba, de las palabras no dichas, del querer ser amada y aceptada. No podía irme, no podía dormir afuera, no podía sumergirme en una rutina de un centro de emergencia, no podía vivir con otra familia. No podía escaparme.
Viví situaciones difíciles que me generaron costumbre, que a su vez me llevaron al límite, al punto de desbordarme y provocaron que el llanto no se detuviera, que los demonios no durmieran y el pánico nunca se fuera.
Caminé por recuerdos en ciudades distintas y viví historias fuertes aún siendo muy pequeña. Dejé de dormir en casa y algunos lugares se convirtieron en descanso, espacios de marihuana, rap, excesos, sexo. Eran lugares sórdidos pero su ambiente no llevaba violencia, llevaban miradas de dolor, cansancio que solo intentaban ayudar a quien lo necesitará y brindar algo que callara un poco las voces y se compartieran historias soñadas, queriendo alcanzar la gloria y dejar trabajos constantes, rutinas que matan y personas que fueron malas. Estuve en casas de amigos, de parejas. Casas con ambientes similares y no, pero que tenían abrigo, chocolate caliente y me permitían estar segura unos momentos. Eran ambientes muy diferentes a los de mi casa, veía familias con carencias y necesidades que protegían a los suyos y querían que estuvieran bien, les brindaban amor y sueños, aunque la ilusión fuera lo único que tuvieran. Estuve por la 54 en Bogotá en llanto, corriendo, por la 23 y Av Santander en Manizales, por la Av Tolstói del pájaro Speed, por la Av circunvalar y centro de Pereira envuelta en recuerdos y heridas que no sanan.
Al final se terminaba y seguía con ese cuaderno de escritos, aunque ya no se encontraran romances, historias bonitas, ni de encontrarse, ya se habían ido. Quedaban los abusos, los excesos, la violencia y el estar rota
No tuve una familia, no tuve una casa, no tuve quien cuidará de mi y al final me fui y sigo huyendo de aquella cueva de historias, de cada palabra escuchada, de familiares violentos, de volver a sentirme pequeña. Porque cuando lo era tuve que ser adulta y ahora solo quedan los vacíos de lo que no pude gritar, de los pucheros que no pude hacer, del corazón, ¿Cómo estás?, de las vacaciones que no pude pasar, de lo que no pude comprar, de las monedas que tuve que juntar para comer, de los trabajos que me consumieron, de los miedos a la soledad, de no tener quien pueda proteger cuando no se puede más, cuando estás en una clínica con miedo, cuando no tienes donde dormir, cuando no sabes a dónde ir, a quien recurrir, a quien llamar, a quien desearle un lindo día, cuando te enfermas y la cabeza te va a explotar y no puedes contar con quienes te la jodieron a punta de traumas. Sigo huyendo, sigo quedando con este cuaderno, con las letras que me abrazaron a causa de acumular odio y que con lágrimas dejaron otra marca, que permitieron contar una historia. Pude irme, pude hacerlo aunque eso mismo me ahogara.